¿Qué es lo que te da miedo? ¿recuerdas si cuando eras pequeño también lo sentías? ¿para qué crees que ahora, de adulto, vuelve a presentarse, incluso con más intensidad? Se trata de una emoción que tenemos todos, ya que nos ayuda a estar preparados ante la existencia de un posible peligro. Desde el Coaching te propongo que me acompañes a descubrir cuáles son esos miedos y cuándo empezaron
Cuando tenía ocho años, durante una tarde de colegio se desencadenó una de esas tormentas ruidosas y brillantes, casi apocalípticas, que nos tenía a todos los alumnos muy asustados.
Sin embargo, yo no era consciente de ese temor. Nuestra profesora, Esperanza, empezó a explicarnos por qué se producían las tormentas y lo que eran.
Recuerdo su tono de voz sereno, su forma de hablar, dulce y precisa; incluso me acuerdo de sus gestos, suaves y tranquilizadores.
Tras su explicación, ninguno de sus alumnos sentíamos ya miedo o, al menos, nadie lo manifestaba.
“Todos tenemos miedo”, dice Victoria Cadarso, terapeuta especializada en Psicología Energética; “se trata de una emoción adaptativa, es decir, que nos ayuda a estar preparados cuando creemos que existe un peligro inminente”.
Según esta experta, que recientemente ha ofrecido la masterclass virtual “Miedos de infancia, bloqueos de hoy”, “algunos de nuestros temores son específicos y personales, si bien otros son compartidos”.
Para Cadarso, los miedos más relevantes son el relativo a la muerte y, más específicamente, el temor a sufrir, así como también el miedo a mostrarse, ya que “este último tiene que ver con nuestra identidad, con cómo nos vemos a nosotros mismos”.
Dónde y cuándo aparece la inquietud
“La identidad y la personalidad se forman en la infancia, momento relevante, ya que es cuando se genera una información de base que va a estar con cada uno durante toda su vida”, dice Cadarso; “ambas son el resultado de las experiencias que hemos vivido, de cómo las hemos afrontado con las capacidades y recursos de que disponíamos en ese momento y cómo nos lo contamos”.
En relación con esto, “la infancia es una etapa fundamental en nuestro desarrollo psicológico y físico, hasta el punto de que sentirse querido es tan importante como estar bien alimentado o cuidado”, dice esta terapeuta.
Es precisamente el desencuentro entre lo que el niño necesita y lo que recibe lo que provoca el miedo; “es inevitable que se pregunte por lo que le va a pasar o cómo conseguirá lo que necesita”.
Dice Cadarso que la necesidad se ha de entender como esencial para el bienestar y la supervivencia de una persona, sea a nivel físico, emocional o psicológico. “Dichas necesidades nos motivan a comportarnos de una o de otra manera, de modo que, cuando son satisfechas, contribuyen al bienestar y a la satisfacción personales”; “en cambio, cuando no, generan lo contrario, es decir, insatisfacción, inseguridad y, por supuesto, miedo”.
Cuáles son tus necesidades
Si atendemos a esas necesidades, es posible que gran parte de los miedos se disuelvan e, incluso, no lleguen siquiera a formularse.
¿Cuáles son esas necesidades a las que hemos de prestar atención? La psicoterapeuta Victoria Cadarso enumera las siguientes:
Fisiológicas. Relativas a la nutrición, al cuidado, resguardo, sentirse apoyado y amparado.
De seguridad. A través del vínculo y del apego seguro. “Se trata de que los adultos de referencia, sean padres o tutores, aquellos que cuidan de los pequeños, sean consistentes, que establezcan unas rutinas estructuradas, que les presten atención y los protejan”, dice Victoria Cadarso; “es así como el niño se sentirá apoyado, respaldado y creerá que no lo van a dejar solo”.
Pertenencia. La necesidad de formar parte de un entorno contenedor, el cual le brindará el apoyo físico y emocional que requerirá para sentirse seguro.
Autoestima. El niño necesita sentirse apreciado, no humillado ni ridiculizado. “A menudo, esta necesidad conduce a que, de adultos, estemos pendientes de cómo nos ven los demás, derivando incluso en un nivel alto de autoexigencia, de vergüenza y de aislamiento para el caso de los adultos que no se consideran ni adecuados, ni suficientes”.
Relacionales. La persona necesita sentirse parte de su entorno. “Estas necesidades tienen la peculiaridad de ser las que nos influyen en la relación que mantenemos con nosotros mismos y con los demás”, dice Cadarso; “si no se han resuelto en la infancia, el adulto confía en que sanen a partir de los vínculos de amistad, del trato entre colegas e incluso en la relación de pareja”. Es precisamente a esta última a quien se le pide que nos ayude a resolver dichas necesidades.
Dar y recibir amor. Que nos aprecien tal y como somos, simplemente por ser nosotros mismos.
Atención. Que seamos importantes para los demás, que aprecien nuestros valores y aportaciones propias.
“En la infancia puedo tener necesidades con diversas personas que, si no se satisfacen, llevan a la frustración, a la desconfianza y al malestar que trataré de resolver de adulto”, dice Victoria Cadarso.
Para esta experta, es entonces cuando se generan diversos miedos relacionados con el abandono, el rechazo e, incluso, la vergüenza provocada por no sentirse suficiente lo que, a su vez, genera de nuevo el miedo al rechazo y al abandono.
“Los miedos tienen una función adaptativa, fundamentalmente de protección ante posibles peligros, aunque, siendo niños y si no se dispone del apoyo emocional preciso, estos temores se quedan dentro, con la sensación de activación interna de vida o muerte”, dice Cadarso; “pudiendo generarse un trauma de desarrollo justo en la etapa en la que se es más vulnerable, la infancia”.
Las consecuencias son variadas, por ejemplo, la dificultad en la regulación emocional, que puede llevar a cambios emocionales abruptos, los problemas en las relaciones interpersonales, que conllevan la desconfianza y el temor a mantener intimidad con alguien.
Los patrones de codependencia emocional, con la consiguiente angustia “por no poder vivir sin alguien” o de lo contrario, la tendencia al aislamiento “para no ser herido de nuevo” son, a su vez, el resultado de dicha desconfianza.
El sentimiento de vergüenza y una autoestima baja también son posibles secuelas de los miedos. En este caso, el sentimiento de inferioridad persistente lleva a la autocrítica excesiva “que resta energía y que se puede contrarrestar aprendiendo a ser compasivo con uno mismo”.
Si has llegado hasta aquí, te cuento algo más de mi aventura con las tormentas. Han tenido que pasar varias décadas para darme cuenta de que aquella tarde, antes de la intervención de la profesora, le tenía miedo a las tormentas, aunque yo misma no me permitiera sentirlo así.
A pesar de ser pequeña, ese temor estaba en mí y, de no haber sido por Esperanza, es posible que se hubiera quedado enganchado en mi cuerpo emocional, de modo que hoy, siendo adulta, podría haberse convertido en un trauma, un suceso no solucionado.
Así que ahora, cada vez que disfruto de una tormenta, particularmente las veraniegas, recuerdo a Esperanza, mi profesora, a quien continúo admirando y, sobre todo, agradeciendo que aquella tarde sanara uno de mis mayores miedos.
Y tú, ¿conoces qué es lo que te asusta?
¡Feliz Sanación de Temores! ¡Feliz Coaching!
Y recuerda que…
Todos tenemos miedos.
El desencuentro entre lo que necesitamos y lo que recibimos provoca nuestros temores.
Fisiológicas, de seguridad, de pertenencia y relacionales son las principales necesidades que han de ser satisfechas.
Los miedos de la infancia son los bloqueos de la etapa adulta.
Aprender a ser compasivos con nosotros mismos es una forma de sanar los miedos.
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