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  • Foto del escritorSilvia Resa López

Lo difícil de la conversación

¿Qué es lo que convierte algunas conversaciones en escollos aparentemente insalvables? ¿Cómo un mensaje que deseamos que sea directo y sencillo acaba siendo una discusión, si no un enfrentamiento? ¿Cuándo se produce ese escalón entre lo que deseo decir, lo que digo, cómo lo digo y las consecuencias que tiene en la otra persona?



El habla es lo que nos distingue de otras especies animales en cuanto a niveles de desarrollo. Dicen los expertos que, al descubrir el lenguaje, nuestros cerebros destinaron mayor espacio a esta habilidad, por lo que crecieron en tamaño, permitiendo que también lo hiciera nuestra inteligencia, incluida la emocional.


Sin embargo, hay ocasiones en las que las palabras parecen no bastar. Deseamos comunicar, pero parece que algo nos lo impide por lo que, o bien lo posponemos, o bien pasamos a la acción, con lo que a veces gestionamos indebidamente la forma de transmitir ese mensaje. Son las conversaciones difíciles. Desde el Coaching, te propongo un entrenamiento.


Qué las hace complejas


Una conversación difícil se define como aquélla que no queremos tener, o que probablemente tenemos pendiente. Su contenido versa sobre reclamos o límites del tipo decir que no, expresar un desacuerdo o reaccionar ante un abuso. Otras se refieren a hechos como pedir disculpas, revocar un compromiso o expresar gratitud. Las hay también dedicadas a gestionar una agresión, a comunicar algo doloroso, o a la petición de algo que necesito y/o quiero.


“¿Qué las hace difíciles?”, se pregunta Nuria Carrasco, coach experta en este tipo de procesos en el Centro de Estudios del Coaching (CEC); “fundamentalmente la vulnerabilidad que nos hacen sentir porque nos exponen, el miedo tanto a ser juzgados como a las consecuencias debidas a la reacción de la otra persona o también nuestra intención de evitar el daño”.


Las formas de abordar este tipo de comunicación suelen ser evitándola, procrastinando o posponiéndola o sencillamente abordándola, pero de forma incorrecta; “la principal dificultad no reside ni en el hecho a tratar, ni en la otra persona, sino en nosotros, en nuestro interior”, dice Carrasco, refiriéndose a la emoción primaria que reside tras esa dificultad: el miedo. El cual, por cierto, puede tanto frenarnos para la acción, como motivarnos para prepararla.



Aprender de anteriores charlas


Tengo una conversación difícil postergada. Fue hace algunos años, con un familiar y el hecho a tratar se refería a una tercera persona común a nosotros dos. Empezamos a hablar, pero la situación se complicó en cuestión de minutos; lo que era una interlocución se acabó convirtiendo en un monólogo por parte de la otra persona, lo cual no hizo que mi actitud mejorara. El resultado: devolución de cartas y fotos, dicho sea con humor, pero el caso es que hace años que no hablamos, ni siquiera por What’s Up. Definitivamente y tal y como diría el simpático ogro Shrek, al preguntarle por su confrontación con el dragón, dicha conversación “está en mi lista de tareas pendientes”.


No ha sido mi primera conversación de tales características, pero sí una de las más complejas; sin embargo, desde hace un tiempo estoy entrenándome. Para ello he tomado como punto de partida dicha conversación difícil que, ahora soy consciente, abordé sin estar preparada. Ésta es, precisamente, una de las estrategias que nos propone Nuria Carrasco, en su curso sobre Conversaciones Difíciles: aprender de otras mantenidas con anterioridad.

Para ello, te propongo que pienses en alguna charla que hayas tenido hace tiempo y cuyo resultado no fuera el esperado por ti. Pueden ayudarte las siguientes preguntas:


  • ¿Qué pasó? ¿Cuáles fueron los argumentos defendidos?

  • ¿Cuáles fueron las emociones que saltaron?

  • ¿Qué dice esto de ti?

  • ¿Qué harías diferente si volvieras a tener una charla con esa misma persona?

  • ¿Cuál era tu necesidad?

  • ¿Cuál era tu compromiso/responsabilidad?

  • ¿Qué crees que has aprendido de dicha conversación?


Te invito a que respondas a estas cuestiones, por ejemplo, en tu Diario Coaching, teniendo en cuenta algunos puntos de referencia, tal y como explica Nuria Carrasco: “en la medida de lo posible, hay que evitar que pase mucho tiempo desde que ocurre el hecho que provoca la necesidad de tener esa conversación”; “debemos tener en cuenta que una conversación de estas características no es una competición, por lo que la asertividad, la honestidad, el respeto y la empatía son herramientas de primer orden”.



Calentando motores


Preparación. Tal es el mantra al decidir tener esa conversación, cuya dificultad la convierte, desde el Coaching, en un reto. En esta primera fase y como si de un guión se tratara, te propongo que definas para qué quieres tenerla y qué deseas lograr.


Me preparo, pero también lo que quiero decir, el objetivo, y cómo lo voy a decir. Para esto último, te propongo un cambio de interpretación, de modo que pienses que el protagonista es la otra persona; tú estás al servicio del otro. Este punto requiere de cierto entrenamiento, pues el ego suele resistirse un poco ante este tipo de planteamientos, ¿verdad?

Definir el lugar, el espacio, la fecha y el tiempo que pretendemos dedicar a esta conversación forman parte de los preparativos. También la información que estaré dispuesta a compartir, para lo cual te propongo que te centres en los hechos, evitando juicios sobre los mismos o acerca de tu interlocutor. Te invito a indagar sobre qué emoción es la que te puede ayudar en este proceso: compasión inteligente, esperanza, alegría, bondad o aprecio.


Un segundo paso es el desarrollo de la conversación difícil y que atañe a la escucha, el contexto y la corporalidad. No está de más que seas consciente de cómo es tu comunicación no verbal. Ante un espejo, piensa en tu interlocutor en dicha futura charla y observa tus expresiones al ”iniciarla” contigo misma.



Este ejercicio te puede ayudar a darte cuenta de posibles toxinas en la comunicación, que John Gottman enuncia como culpar, estar a la defensiva, aislamiento y menosprecio. Date cuenta de los gestos en tu rostro, al mover las manos o tu posición corporal.

La escucha es un elemento fundamental en el momento de tener una de estas conversaciones. Pero escuchar no es sólo oír, sino centrarse en lo que la otra persona nos diga, evitando juicios y centrándonos en los hechos. Esto último supone un soporte a la hora de confrontar las emociones que surjan, las cuales pueden expresarse de modo asertivo: “esto que me dices crea tensión entre nosotras; me hace sentir enfado, por lo que te pido que lo digas de otra manera” o también: “esa situación no la he percibido así; la recuerdo de forma distinta que, si me permites, puedo contarte”.


A lo largo de la conversación, hemos de tener muy en cuenta qué es lo que necesitamos, cuál es nuestro objetivo. Para ello te propongo que entrenes de forma previa la petición en positivo, que facilitará alcanzar un acuerdo y un compromiso a corto, medio o largo plazo, según lo que establezcáis ambos interlocutores.


Todo ello sin olvidar que el protagonista de esa conversación que planteamos nosotros es la otra persona; nosotros estamos a su servicio. Así que fuera egos, para abrirnos a la comprensión, a la compasión inteligente y al entendimiento.



¡Feliz Conversación! ¡Feliz Coaching!


Y recuerda que…

  • Una conversación difícil es aquélla que no queremos tener, o que simplemente posponemos

  • El miedo a ser juzgados o a la reacción de los demás es lo que nos frena a la hora de retomar el contacto

  • Se puede aprender de otras charlas mantenidas con anterioridad, aunque su resultado no fuera el esperado

  • El entrenamiento a partir de la escucha activa, la asertividad y la evitación de juicios puede ayudar al éxito de nuestro encuentro

  • En una conversación difícil el ego está en segundo plano, ya que la protagonista es la otra persona

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