¿Te has fijado alguna vez en esas fachadas erosionadas, desmochadas, despintadas que tienen incluso grietas?
¿Has observado que según va pasando el tiempo siguen conservando al menos su apariencia externa? ¿Y qué pasa por dentro, qué ocurre en su interior? ¿Qué historias esconden sus paredes o permanecen todavía en sus suelos?
Son vallas, son muros, son casas otrora grandes y orgullosas, pero que aún conservan su dignidad, al menos en parte. Y esa proporción de arrogancia, que es en realidad la autoestima de las cosas, les aporta un gran atractivo. Es la belleza del abandono.
Reconozco que desde que era niña sentía debilidad por los edificios viejos, en los que el óxido y la corrosión les daba la calificación aparente de deslucidos, acabados o derruidos. Sin embargo, siendo cierto que sus perfiles de antaño estaban desdibujados, para mí esos signos se convertían en líneas de un nuevo encanto.
La hermosura tiene matices muy variados. La de lo viejo me ha cautivado desde siempre. De hecho, las palabras vejez y viejo tienen para mí unas connotaciones especiales, que asocio a la experiencia, a la fortaleza, a la acción, a la firmeza y al equilibrio.
La nostalgia del descuido
Cuando algo se abandona, nos alejamos de ello e incluso dejamos de cuidarlo. Lejanía y descuido que, en el caso de las personas, provoca una de las heridas del alma: la del abandono.
Ésta es una de las cinco que casi todos los humanos tenemos, bien sea en letargo o abierta. Los expertos dicen que la despierta el progenitor del sexo contrario y sus efectos en el niño son, por ejemplo, el no sentirse reconocido, la necesidad de atención, el temor a la soledad e incluso la dificultad para decir que no.
"Las heridas emocionales son el precio que tenemos que pagar por ser independientes", dice el novelista japonés Haruki Murakami. Aquí creo que está el enlace entre belleza y abandono, pues, al igual que las casas, vallas y edificios desmoronados, podemos seguir en pie.
Lo mismo que esas vetustas mansiones desconchadas, los seres humanos necesitamos restaurarnos no sólo por fuera, sino también por dentro. Aprovechando el conocimiento de nuestras propias heridas, podemos aceptar aquéllas que sean nuestras responsabilidades, cuidar de nuestro interior y sanar. Lograr así el equilibrio.
Te propongo ser tu propio arquitecto, tu propio albañil y enyesador, tu pintora y decoradora particulares para llevar a cabo tu remodelación o restyling; en cualquier caso, te invito a que dispongas de un buen maestro de obras que logre alinear tus tres cerebros (cognitivo, emocional y espiritual), pues tal y como nos propone el dramaturgo brasileño Paulo Coelho "no permitas que tus heridas te transformen en quien no eres"
¡Feliz Restyling! ¡Feliz Coaching!
Foto de Monumento al Cine. Valladolid.
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