Desde que nacemos, nos apegamos al adulto que nos cuida y nos proporciona lo necesario para subsistir. La madre en primera instancia y la pareja en segunda constituyen nuestras figuras de apego más habituales, que estarán mediatizadas por nuestro temperamento y por las experiencias vividas. Desde el Coaching, te invito a reflexionar a propósito de este nexo físico, emocional y espiritual, que nos lleva a ser quienes somos en nuestras relaciones interpersonales
¡Bebé koalita!, decía una de mis personas favoritas, mientras se abrazaba a mi cintura, al tiempo que pegaba su linda carita a mi tripa y apretaba muy fuerte el círculo que trazaba con sus bracitos en torno a mí.
Era una forma intuitiva de demostrarme su apego, su vínculo emocional a su adulto de referencia. La verdad es que era una manera deliciosa de mostrar ese nexo; de hecho, al contarlo siento todavía sus manitas apretándome contra sí.
El apego, ese vínculo ancestral y de especie que en términos biológicos se explica por la mera supervivencia, es mucho más que eso.
“El apego va más allá de las relaciones que establecemos, va a la capacidad que tenemos de regular nuestra ansiedad o el estrés y tiene relevancia en lo tocante a la habilidad de mentalizar, de poner palabras a lo que nos está pasando, de sentir empatía y de sostener la frustración”, dice Cristina Salvia, psicóloga Sanitaria, fundadora y directora de Matriusques, un gabinete de acompañamiento para mujeres y familias.
El adulto de referencia
Esta experta, que ha participado recientemente en el congreso virtual “Trauma, resiliencia y plenitud”, organizado a su vez por la terapeuta Humanista Cristina Melo, considera que los diversos traumas vividos durante la infancia condicionan nuestro estilo de apego.
“Existen traumas con letra mayúscula, pero también otros con minúscula”, dice Salvia; “son pequeñas capsulitas tales como gestos de desprecio, que no hubiera alguien cuando estaba llorando o que cuando fui a pedir ayuda lo que encontré fue una agresión”; “estos traumas son los que irán configurando un estilo de apego u otro”.
Las madres suelen ser las figuras de apego primarias. Las parejas, las secundarias. “El estilo de apego, moldeable, lo configuran las experiencias relacionales que se tienen en la adolescencia y en la edad adulta”, dice Cristina Salvia; “el hecho de escoger pareja y de encontrar un apego que me beneficie o lo contrario tiene mucho que ver con el nexo con la madre y de si este adulto de referencia pudo ofrecer o no una experiencia de seguridad”.
Se refiere esta psicóloga a la relevancia que tiene para nosotros el vínculo que desarrollemos, de forma que “según sea el tipo de nexo establecido, tendremos una clase de vida u otra”.
La directora de Matriusques distingue tres tipos de apego: seguro, organizado-inseguro, que a su vez se desdobla en evitativo y ansioso, y desorganizado. Te propongo descubrir con cuál te sientes identificado:
Apego seguro. Es propio de aquellas personas que han experimentado que sus cuidadores respondieran a sus necesidades principales; “los recién nacidos se valen de sus herramientas para crear un vínculo con la persona adulta que los va a cuidar, de modo que ésta no sólo lo haga, sino que además lo ejecute de buena gana”, dice Cristina Salvia.
“Se trata de que, a través de las señales del bebé, el adulto sea capaz de saber lo que le está pasando y que además ofrezca una respuesta”; “si la madre o cuidador responde, se desarrollará el apego seguro”, dice esta psicóloga Sanitaria.
Apego organizado-inseguro. Se desdobla entre el apego inseguro evitativo y el inseguro ansioso. Para la directora de Matriusques, el primero constituye una “buena estrategia de supervivencia”; no obstante, el evitativo se desarrolla cuando los adultos de referencia animan al bebé, al niño, a que “se saque las castañas del fuego”, lo cual lleva a que el pequeño “solucione y concluya que no puede depender de otros, sino únicamente de sí mismo”, dice Cristina Salvia.
El apego inseguro ansioso, también denominado ambivalente, es sinónimo de sobreprotección.
“Ocurre cuando los adultos de referencia avasallan el espacio vital del bebé, sin dejar que busque sus propias decisiones”.
La consecuencia es que esa personita crece con la idea de que su adulto de referencia le dará las soluciones, aunque no todas las veces. “El bebé aprende a pedirlo fuerte”, dice Salvia; “o también a estar pendiente por ver si le dejan o no hacer algo, es decir, se da una respuesta mucho más reactiva, con miedo al abandono, por lo que su actitud, al llegar a adulto, será la de sacrificarse para mantener el vínculo”.
Apego desorganizado. Se produce cuando existen malos tratos hacia el bebé, incluso abuso, por parte de la misma persona que le da los cuidados. “Son personas que no saben si ir o quedarse”, dice Cristina Salvia; “estando siempre alerta, lo que, en términos polivagales se conoce como petrificación o congelación, ya que su sistema nervioso tiene tanta tensión que le impide el movimiento”.
La buena noticia, según esta experta, reside en que el 57% de las personas tienen apego seguro; el 23% mantienen un apego inseguro evitativo, mientras que el 20% restante se reparte entre inseguros ansiosos y desorganizados.
¿Puedo modificar mi estilo de apego?
¿Qué es lo que determina nuestras relaciones de apego? Según Cristina Salvia, este nexo establece cómo se forja la experiencia relacional de intimidad: “la primera relación de cercanía, con placer y afecto, es la paterno-filial; en la pareja experimentamos los recuerdos de esas primeras experiencias en las que cada uno puede ser auténtico, tal cual es”; “es la relación donde yo soy reconocida”.
Otro aspecto interesante es el de la cercanía física, el placer de estar juntos; “nos produce una descarga de sensaciones placenteras”, dice Salvia; “es el condicionamiento clásico, que se expresa en el sentido de que, si me va bien junto a los míos, antes que en otro escenario solo, por ejemplo, otra ciudad o un aeropuerto, ¿qué escogeré?”.
Sea el que sea el estilo de apego que tengamos, cuando estamos con nuestra pareja es cuando se ponen de manifiesto esos recuerdos, activándose incluso de modo corporal; “pueden ser memorias preverbales, por ejemplo, cómo fuimos acunadas, sostenidas o también cómo me dieron el sustituto de una cosa por otra”, dice Cristina Salvia.
“Si nuestra pareja hace lo mismo, se nos activarán esos recuerdos”, añade la psicóloga, creadora del método “Amor Creciente”: “con este sistema hacemos que todos esos recuerdos puedan emerger, subir a la superficie, dándole así nuestra propia visión, integrando que todo lo que nos está pasando en el presente guarda relación directa con lo que nos ocurrió en el pasado”
Aunque lleva tiempo de entrenamiento y trabajo, la mayor parte de los estilos de apego pueden convertirse en el modelo seguro. En una pareja en la que ambos miembros presentan un estilo de vínculo afectivo seguro, las “características relacionales llevan a que cada uno se ocupe de la felicidad de su compañero, siendo la forma de pensar de cada uno esa especie de mantra: sé que me está apoyando, que no estoy sola en la vida”, dice Salvia.
En una pareja mixta, donde uno de sus miembros es seguro mientras el otro es inseguro evitativo, o incluso inseguro ansioso, “el que presenta el patrón de vínculo inseguro puede tener una buena experiencia”, dice la directora de Matriusques; “además de que pueden ir evolucionando y entrar al apego seguro, lo que garantiza un final feliz a partir del binomio seguro-seguro”.
Alcanzar la intimidad
“Una combinación típica, que lleva a mucho sufrimiento, es la de dos inseguros, uno ansioso y otro evitativo”, dice esta experta; “suele darse debido a que los evitativos suelen estar más libres de compromiso, dado que dejan a menudo a sus parejas”.
Esta fórmula de apego implica que mientras el evitativo se separa, pues no desea intimidad, el ansioso infiere que es porque él ha hecho algo mal y desea cambiar; “en lugar de darse cuenta de que el problema está en el otro”, dice Cristina Salvia; “que no desea conectar”.
Este tipo de relación puede durar mucho tiempo, durante el que el inseguro ansioso estará avanzando y retrocediendo. Se trata de una experiencia insatisfactoria para este último arquetipo. ¿Puede solucionarse? Según Salvia, “sería preciso el reconocimiento del estilo de cada cual, yendo al encuentro de la relación que pueda ser suficientemente satisfactoria para ambos”.
Hay personas con nexo evitativo que pueden avanzar hacia un patrón de apego seguro; no obstante, “ha de haber algo que los lleve a eso”, dice Cristina Salvia; “ya que en principio no van a aceptarlo, pues no tienen la necesidad; en este sentido, es difícil que se avengan a hacer una terapia que ayude a su pareja a transformar esta experiencia de relación”.
El planteamiento del ansioso a través de la terapia vendría a describir un proceso de retraumatización, mediante el cual puede volver a visitar sus experiencias vividas en la infancia y adolescencia, a partir de sus conflictos de pareja, trabajarlas y resolverlas.
¿Qué ocurre hasta llegar al estilo de apego seguro?; la psicóloga Sanitaria Cristina Salvia propone “llegar a acuerdos en el presente, dándonos cuenta de que lo que está pasando ahora es distinto a lo que ocurrió en el pasado”; “la activación corporal se centra en lo que vivimos hoy y además vamos creando un poso de experiencias vividas mediante el cual, si yo expreso lo que deseo, el otro va a responder desde el equilibrio, sin hacerme daño”
La psicóloga Cristina Salvia nos invita a que, en este proceso hacia el apego seguro, “evitemos señalar lo que hace mal el otro, asumiendo nuestra propia responsabilidad; conocernos, descubriendo dónde fallamos y tener claro que la intimidad consiste en estar desnudos, sin máscaras”.
¡Feliz Tránsito al Apego Seguro! ¡Feliz Coaching!
Y recuerda que…
El apego es el vínculo de afecto que nos une a nuestro adulto de referencia.
La madre o el principal cuidador en la infancia y la pareja en la etapa adulta son las figuras principales de apego.
Seguro, ansioso, evitativo y desorganizado son los estilos que definen nuestras relaciones interpersonales.
Hay personas con nexo evitativo que pueden avanzar hacia un patrón de apego seguro.
El logro de la intimidad implica estar desnudos, sin máscaras.
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